domingo, 8 de enero de 2012

Lastimosamente, no he encontrado mucho de J. Dicenta, pero este definitivamente es el poema preferido.  Me encanta, de rima y métrica, no como los postmodernos esos... :)



Los Irresponsables
Joaquín Dicenta - español (1862-1917).

De un hogar rico y dichoso
disfrutaban por igual
un marido cariñoso,
un amante venturoso
y una mujer desleal.

Ella, de instinto liviano;
él, modelo de candor;
el amante era un villano
de esos que nos dan la mano
y nos roban el honor.

Lo quiso así la impiedad
por capricho de la suerte;
formando esa trinidad
que construye la maldad
y que desata la muerte.

Para el marido engañado
vivió el crimen rodeado
del misterio más profundo.
No dudaba: el hombre honrado
cree que lo es todo el mundo.

¿Cómo lo supo? No tiene
valor. Un rastro, un indicio…
Nube que el rayo contiene,
pasa y cumple con su oficio
sin decir de dónde viene.

Con esfuerzo sobrehumano
vencí mi angustia mortal
y fui al encuentro del mal,
acariciando un puñal
entre mi convulsa mano.

No quería que el fragor
de un tiro mi deshonor
contara en mi desventura;
¡el hierro es arma segura
y calla y mata mejor!...


Hasta la casa llegué;
nadie me veía; entré,
una escalera subí,
la puerta en silencio abrí
y en el cuarto penetré.

Marchaba con precaución,
con miedo, con turbación,
acobardado, sombrío;
iba a recobrar lo mío
y parecía un ladrón.

Con planta torpe e incierta
cruzo una estancia desierta…
Suena un beso más adentro;
avanzo, empujo la puerta
y mi deshonor encuentro.

Poca luz, la que bastaba
para la deshonra mía;
aquella luz alumbraba
a una mujer que reía
y a un hombre que la besaba.

Verlos, trocarse en locura
mi odio y su furia en espanto;
es muy poco lo que dura
en los felices el llanto
y en los tristes la ventura.

La mujer lanzó un gemido;
el hombre irritado y fiero,
se vino a mí, decidido
a salvarla. ¡Aquel bandido
era todo un caballero!...

Luchamos, a no dudar,
como lo saben hacer
aquel que quiere salvar
la vida de una mujer
y el que la quiere matar


Del miserable duró
poco el insensato anhelo.
Mi arma en su pecho se hundió,
y su cadáver rodó
por el alfombrado suelo.

Por el cadáver salté,
y, ciego de rabia, fui
a aquel sitio en que la vi
ocultarse, y no la hallé;
la infame no estaba ahí.

No estaba, no. Había huido
aprovechando el instante;
es tan vil, que no ha sabido
ni respetar al marido
ni morir con el amante.

Huyó, y al mirar que huía,
vi que en el fango se hundía
la dignidad de mi nombre.
Sin ella, ¿de qué servía
el cadáver de aquel hombre?

De nada, porque al matar
yo pretendía librar
mi honor en su infame huella;
¡y mi honor se fue con ella
y no lo pude salvar!...





Pensamiento de Mujer Desnuda, Óleo sobre lienzo, Henry Yan

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